Una larga espera
Sentada en una banqueta del parque, mirando el ir y venir de las personas, escuchando el bullicio de los autos y los gritos desaforados de algunos niños mientras se divierten en los columpios y demás juegos de este lugar, Así espera Verónica a su novio. Lleva más de cuarenta minutos en el parque. Durante ese tiempo algunos tipos tratan de conversar con ella, algunos osadamente la invitan a tomar un trago en el bar de la zona. Ella solo sonríe a todas las proposiciones pero las rechaza. Es hermosa, su largo y hermoso cabello negro y sus ojos color azul, además de sus facciones casi perfectas y su muy buen cuerpo hacen que cualquier chico se interese en ella. Verónica cumple 21 años y su novio le prometió una sorpresa. A pesar de la demora, sigue intrigada por dicha sorpresa. Pero de pronto, observa una enorme cantidad de personas que se van juntando alrededor de los escaparates de las tiendas comerciales, en las afueras de los restaurantes o demás lugares que tienen un televisor encendido.
La joven no entiende la aglomeración de personas que ve a su alrededor. Pero su buena vista le permite distinguir el motivo: están viendo fútbol. Por lo poco que sabe ella de ese deporte, es que juegan once contra once y que su objetivo es empujar una pelota a un arco de siete metros de ancho y dos de alto. “¿Qué tiene eso de interesante?” Se preguntaba Verónica. Pero al notar los gestos de la gente que miraba como hipnotizados como rodaban el balón los jugadores se sintió intrigada, mucho más intrigada que la sorpresa de su novio, y por un fuerte impulso que no entendía se dirigió hacia ellos.
Llegó en un instante a la tienda más cercana. Nadie se percató de su presencia. La verdad es que nunca le gustó el fútbol por que nunca miró un partido completo. Como el resto de las mujeres, solo sabía de su existencia por sus antiguos enamorados. Al rato, Le bastó preguntar a unos jóvenes que se encontraban a su lado para entender el por qué del alboroto: era la final del mundial de fútbol, no un partido cualquiera.
Había escuchado un poco de ese torneo: que Perú no iba desde 1982. Se lo repetían sus padres, sus abuelos y por supuesto también sus amigos. Verónica esperaba a su novio pero en vista que se demoraba tanto prefirió quedarse un momento y tratar de entender por que todos se emocionaban con veintidós sujetos corriendo por una pelota. No encontró mejor método que simpatizando por el equipo rojo, España.
Lo que pensó serían solo cuestión de minutos para luego volver al parque paso a ser dos horas. Para ella era la primera vez que había experimentado tantas sentimientos juntos y actitudes que nunca había mostrado antes. De a pocos entendía lo que es ser fanático de fútbol, gritaba y se exasperaba más que cualquier hincha que miraba el partido. Se irritaba con tantas patadas que cometía el otro equipo (todos vestidos de naranja), con cada cobro estúpido del arbitro, “un pelado cabeza de pene” decía a voz en cuello, lo que generaba la risa en todas las personas. Al final, gritó con todas sus fuerzas el gol español a los casi 120 minutos de juego, convertido por un sujeto que no le parecía futbolista, por lo pequeño y la cara de nerd que tiene . España resultó ganadora del partido y de la copa del mundo. Y lo celebró como si fuera española. No volvió a esperar a su novio. Después del partido no regresó al parque sino a un bar a celebrar con sus nuevos y desconocidos amigos españoles, a comer paella y mejillones y de paso escuchar la historia de un pulpo vidente. Por ahora le parece absurdo, pero por la experiencia vivida antes, quien sabe.