martes, 26 de abril de 2011


LAS EPOCAS DE UN COLEGIAL

La secundaria es una época que le puede cambiar la vida a miles de personas. Sea para bien o para mal. Yo no fui la excepción. Todos dejamos de vivir y soñar en ese mundo infantil e ilusorio llamada la PRIMARIA, donde todo es sencillo y sin problemas para despertar de nuestro letargo y ver el mundo real tal y como es.

En mi caso, el cambio de horario, los nuevos amigos y amigas, las peleas para evitar ser el “lorna” del salón y hacerte respetar, las molestas formaciones de todos los lunes, los insufribles discursos del director y los curiosos juegos que se ideaban para pasar el rato forman parte de esos recuerdos de mi época de colegial.

Estudié once años en el mismo colegio: el san José de artesanos, un colegio con más de 100 años de fundada pero que lamentablemente cuenta con poco o nada de que ufanarse. No tiene alumnos ilustres ni es una escuela conocida en la capital. Salvo dos o tres primeros lugares en competencias de escoltas no hay más galardones en las vitrinas de la dirección. Si alguien viera dicho lugar solo encontraría polvo, papeles viejos, insignias rotas y un destartalado trofeo que nadie por qué esta ahí ni cuando lo recibieron.

Pasear por sus instalaciones solo demora unos cuantos minutos. La escuela ocupa apenas un tercio de la última cuadra del jirón Ayacucho, pero aun así es fácil de encontrarla. Sus pequeñas aulas con garabatos grotescos en las paredes y dibujos obscenos en las carpetas siempre tuvieron un déficit de alumnado debido a los múltiples problemas de pandillaje. en el último año que estuve tuvieron que juntar las dos secciones de cuarto grado que habían para formar una sola promoción. Los del A, vale decir los tranquilos, y el B, los incorregibles. Se pensaba que saldría un buen grupo. Error. Las diferencias entre ambos salones se notaban claramente y nunca hubo esa esperada unión que tanto ansiaban los profesores.

Entre mis memorias como sanjosesino – así nos llamaban la gente de otros colegios- siempre están esos pequeños torneos de fulbito entre salones, las guerras de chipitags, las bromas pesadas a los profesores y auxiliares, el inefable profesor de educación física, un sexagenario que como “tareas” solo mandaba realizar 100 planchas y abdominales todos los días, para luego jugar pelota el resto de la clase. Y como no, las famosas requisas, en donde todos los alumnos, varones y señoritas, eran revisados con mucho ahínco por parte de los auxiliares, con el fin de encontrar navajas, cuchillos, cigarros, encendedores y demás objetos delictivos e impropios de un escolar. Con mucho asombro, encontraban eso y mucho más.

Lo curioso es que algunos maestros fomentaban en secreto las famosas guerras de colegios, escogiendo incluso a los “guerreros” que irían a defender el “honor de la institución”. Nunca entendí la “filosofía” de esos profesores ni de los alumnos que iban al “campo de batalla”. Pero los baños de la escuela, otro mundo indescifrable por la cantidad de mensajes escritos en sus paredes, eran usados como los lugares idóneos para sus patéticas reuniones en horas de la noche.

En el 2007 terminé la secundaria. Donde aprendí poco en materias académicas pero más acerca de la vida y la idiosincrasia de un país tan desigual como es el Perú. Mi promoción no tuvo fiesta de despedida ni algún discurso del liliputiense director que teníamos en ese entonces. Salvo algunos profesores que nos dieron su respaldo y los éxitos a futuro el resto simplemente nos ignoró. Ahora cuando me encuentro con algunos muchachos de esa promoción nunca nos referimos del colegio, ya que para todos seguirá siendo una experiencia poco agradable la manera como termino todo. Felizmente yo tenía planeado que realizar una vez acabado el colegio y donde; mis compañeros, hasta ahora, todavía no.

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